En el último año, la crisis se lo está poniendo aún más difícil a la gente joven, en mayor parte a los comprendidos entre 18 y 30 años. Estos jóvenes están en las colas del paro, en las listas de endeudados, entre los que curran para pagarse una carrera o estudiar un máster, entre el millón de hogares con todos los miembros en paro, en las listas para conseguir una vivienda de protección oficial. Buena parte de los jóvenes opinaría que su trabajo es precario y que su sueldo no corresponde con su formación y esfuerzo.
El único colectivo en el que ha descendido la población activa (mayores de 16 años que pueden y además están en disposición de trabajar) es en el de los menores de 25 años. Es la franja de edad que más experimenta el “efecto desánimo”. Ante la falta de oportunidades, dejan de buscar trabajo y abandonan la población activa, especialmente para continuar con su formación.
El deterioro del empleo está siendo especialmente intenso para la gente joven. Los jóvenes son los últimos en llegar al mercado laboral, por lo que su despido resulta más barato al llevar menos tiempo en su puesto de trabajo. Además, la gran mayoría de contratos son temporales o en prácticas, donde la rescisión del contrato es muy rápida.
Los jóvenes europeos, y más aún los españoles, sufren el desempleo con saña. Eso alienta propuestas como la que ha lanzado y recogido la CEOE : un contrato sin derechos para jóvenes hasta 30 años. En dos años el número de desempleados menores de 25 años crece sin cesar. La letanía de datos que emergen de Eurostat, la oficina europea de estadística, lo atestigua. Hunde el ánimo de cualquiera: la tasa de paro ha llegado al 20,9%; hay 5,5 millones en paro, un millón y medio más que hace dos años. Los contratos específicos apenas suponen el 5% del total en España. En dos años su tasa de paro juvenil se ha duplicado (roza el 40%) que sólo es superada por Letonia, por lo que España es el país con más jóvenes en paro, representa el 25% de toda la zona euro.
La gran creación de puestos de trabajo durante la época de expansión atrajo a muchísimos. Dejaron de estudiar y se subieron al andamio. Pero estos puestos de trabajo se los ha llevado la crisis con facilidad. Eran temporales. Y se crearon en el sector que más ha sufrido el desplome: la construcción. Las consecuencias se aprecian en las cifras y el perfil de los damnificados: de los 1,8 millones de puestos de trabajo destruidos, casi un millón lo han sido en la construcción; 1,4 millones de puestos de trabajo, de gente que no tenía finalizada la educación secundaria; y unos 1,3 millones no han cumplido los 30 años.
Sin embargo otros jóvenes como licenciados ante la ausencia de perspectivas laborales, se ven obligados a realizar su futuro fuera del país para buscar nuevas oportunidades de negocio. Este fenómeno quizás no sea tan multitudinario como la salida de emigrantes de los años 60, pero afecta a ingenieros, arquitectos y científicos, es decir, a aquéllos que estaban llamados a transformar el actual modelo económico, basado en sectores de bajo valor añadido, en otro cuyos pilares sean la investigación y la tecnología punta. Esta incipiente fuga de cerebros se ve, además, fomentada desde el exterior por países como Alemania, que han visto en el mercado español el caladero ideal donde pescar a gran parte de los 800.000 especialistas que va a necesitar en los próximos años.